ESO QUE LLAMAN "FEISBUC"
Han sido muchas las personas que han intentado rescatarme del ostracismo voluntario en el que me he instalado huyendo de eso que algunos llaman “nuevas tecnologías”, a fin de que abriese los ojos y la mente a un mundo lleno de posibilidades que yo, dada mi cerrazón, ni siquiera podía intuir: o te unes o estás muerto, decían. Vaya por Dios.
Y aquí estoy. Eso resulta incontrovertible; el por qué, ni siquiera yo lo sé siendo como he sido, y creo serlo todavía, furibundo opositor a cierta manera de entender e interactuar en este universo virtual: una razón podría ser mi inveterada tendencia a la contradicción, aunque no voy a descartar un cierto interés por descifrar la parte positiva que, indudablemente, ha de tener esta nueva forma de vida.
La verdad es que no deja de sorprenderme el ensimismamiento que produce en las gentes ese pequeño artilugio capaz de poner en contacto a seres conocidos o no; lejanos, próximos o muy próximos (no es difícil ver a una pareja “chateando” no sé si con otros o entre ellos mismos, pero incuestionablemente ausentes, sin dirigirse la palabra); incluso con seres de otra dimensión, si uno hubiera de juzgar por lo que ve o lee en las denominadas “redes sociales”.
Evidentemente el mundo se nos ha quedado pequeño. Y no es malo, supongo. Lo que resulta preocupante es la paulatina sustitución de las relaciones personales tradicionales -la proximidad física acompañada de una palabra afectuosa, una sonrisa, una caricia, una mirada, un abrazo…- por la de la confraternización virtual. Es lo que hay, como se dice ahora. Pero, en fin, ya no estoy solo; me acompañan en esta nueva andadura infinidad de amigos, algunos de los cuales ni siquiera conozco, por no contar con la pléyade que se mantienen a la espera de integrarme en su círculo. Teilhard de Chardin estaría encantado de ver como su famoso punto omega está a punto de consumarse. El tiempo dirá si me acomodo a la nueva situación o retorno a la caverna.