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frustraciones académicas

Nota previa

Revisando antiguas revistas técnicas (El Instalador, de finales de 2000) tuve la ocasión de releer un artículo firmado por el que esto escribe, como contestación a otro redactado por una serie de profesores de la Universidad de la Rioja y que, al parecer, no sentó demasiado bien en dicho ámbito académico. Lo hice sin ánimo alguno de polemizar, aunque si he de juzgar por la experiencia, la polémica me ha ido persiguiendo en determinados momentos de mi vida, algo así como un remedo del viejo dicho castizo “en vez de tener la pena, la pena me tiene a mí”. Lo reproduzco a continuación para que no se pierda en el olvido… aunque por el número de lectores de este blog me temo lo peor. Sea.






En fecha reciente tuve la oportunidad de leer en esta misma revista un artículo acerca de la “enseñanza de las matemáticas en las carreras de ingeniería” firmado por integrantes de la Universidad de la Rioja, en el que la frustración parece ser lugar común de convergencia. Y en verdad que es éste un camino de cierto morbo si se ha de juzgar por el interés que en gran parte de la humanidad suscita su andadura: si es el colectivo de profesores, su amargura viene dada por la aparente falta de interés del alumnado que en poco contribuye a la buena marcha de la asignatura; éstos, a su vez, manifiestan su frustración cuando reciben las calificaciones tras nueve intensivos meses de no “dar palo al agua”, aunque tan frustrante resultado esconda en cierto modo la propia del examinador, que no es sino reflejo de la que padece la sociedad en su conjunto. A unos y otros les une el cordón umbilical de ese monstruo que se ha dado en llamar masificación y que amenaza seriamente con ahogar el mundo universitario (verdaderamente ciento veinte alumnos por clase en los cursos superiores de cualquier carrera universitaria son demasiados si se pretende una enseñanza eficaz). En cualquier caso existe una tendencia casi patológica a inclinar la balanza de la irresponsabilidad del lado del alumno, olvidando que esa figura suele apoderarse de nosotros cuando no existe motivación previa, requisito a su vez imprescindible para sentir interés por una materia concreta. Difícil cocinar un buen pastel con este tipo de masa y la sociedad actual no anda precisamente muy fina en su elaboración.


Según la opinión de los articulistas “nada hay más frustrante en la docencia que los alumnos salgan igual de ignorantes que sus profesores”. No pertenezco al gremio de la docencia, pero por muy humilde que uno sea creo que habría que negar la mayor. El “solo sé que no sé nada” es una metodología filosófica y no entraña sino el deseo de aprender juntos, lo que siempre resulta gratificante. Supongo que ha de ser entendido de forma metafórica y así lo considero. De todos modos pienso que existe algo más frustrante y es que los alumnos desconozcan la aplicación profesional de lo que estudian o, por mejor decir, de lo que se les exige. Y esto sí puede derivar en conflicto, pues, salvo excepciones, el reciclaje del profesorado técnico deja bastante que desear. Al margen del divorcio más que evidente entre Universidad y Empresa que constriñe tan deseable comunicación, existen otro tipo de situaciones francamente incomprensibles, como es el hecho, por ejemplo, de profesores de Universidad que, trabajando en empresas privadas, imparten asignaturas que nada tienen que ver con su experiencia laboral, perdiéndose de ese modo un rico transvase de conocimientos. Tampoco son frecuentes los acuerdos entre ambos organismos para que el profesorado actualice su “curriculum” co-laborando con la empresa privada a fin de conocer de primera mano las necesidades del mercado y las dificultades del que por primera vez ha de incorporarse a la vida laboral.


“Nada hay más alejado de las Matemáticas que un teórico que no sabe resolver una serie de problemas”- se dice en otro apartado. Es de suponer se están refiriendo al alumno, pues nadie arroja piedras a su propio tejado. En cualquier caso algo de responsabilidad tendrá el profesorado en el asunto. En mi opinión el problema matemático no consiste tanto en su resolución como en la capacidad que exista para su planteamiento. El alumno que finalizados sus estudios accede al mundo laboral, atesora una serie de conocimientos organizados de modo caótico; habla con tanta propiedad como desparpajo de las series de Fourier o los determinantes, puede que incluso nos sorprenda resolviendo raíces cuadradas con envidiable maestría, pero ha olvidado, si alguna vez los tuvo claros, los conceptos más elementales con los que ha de encararse en su vida profesional. El saber sí ocupa lugar y la Empresa, ocupada y preocupada por su supervivencia, no suele estar dispuesta a suplantar a la Universidad en su responsabilidad, por eso mejor haría la docencia en hacer hincapié sobre los conceptos fundamentales en lugar de considerar cada asignatura como bastión inexpugnable del correspondiente catedrático.


Plantean más adelante otra duda, la de “si se puede enseñar lo mismo con una reducción drástica de horas lectivas y a estudiantes cada vez con menos preparación inicial”, para resolverla a continuación aseverando que la Universidad prepara menos a sus alumnos debido precisamente a esa disminución de horas. Aquí también se podría plantear otra duda: ¿se enseña realmente lo que se necesita? ¿es el problema la parquedad de las horas o lo es un exceso de materia? En lo que a preparación inicial se refieren no les falta razón, y es que la dificultad de una determinada asignatura suele ser directamente proporcional a la penuria de conocimientos conceptuales. Es el concepto, la esencia de las cosas, el fundamento sobre el que se construye el futuro profesional - la experiencia simplemente le da forma – y es eso lo que se debe exigir a la docencia. Toca al alumno poner el resto de ingredientes: interés, motivación, capacidad y estudio.


Sin ánimo alguno de polemizar quisiera finalizar con un comentario de tipo jocoso respecto a la aseveración realizada en las conclusiones del escrito acerca de que “los Ingenieros no venden papel”: las Ingenierías –algunas- sí venden papel y si es reciclado mejor porque es ecológico y más barato y de ahí se puede sacar un beneficio; si además lo que en él se dice es coherente, técnicamente hablando, y se vende a un precio inferior al de la competencia, el éxito estará asegurado...¡a lo mejor sin integrales!


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