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este clima y este mundo


De los males que tenemos hablan mucho los puebleros,

pero hacen como los teros para poner sus niditos,

que en un “lao” pegan los gritos y en otro ponen los huevos.

(Martin Fierro)

El aire, tal como se nos ha enseñado, consiste en una mezcla de diferentes fluidos cuya composición centesimal se la reparten prácticamente en exclusividad el nitrógeno y el oxígeno, si bien otros gases, entre los que por su rareza hay uno que ha dado en llamarse noble, traten de lograr un estatus de calidad dada su ínfima proporción. Pero si ésta es la única composición del aire que respiramos baje Dios y lo diga (o lo inhale si es su gusto), pues cualquier ciudadano es plenamente consciente de las miasmas que penetran en su organismo a diario, sin necesidad de frecuentar cualquiera de los antros nocturnos vedados a los que atesoramos una edad, considerada por sus asiduos, como provecta. Si no gozase de la divina propiedad de la invisibilidad, lo tendríamos en mayor consideración. Sólo ciertas fotografías, que de vez en cuando nos presenta alguna revista de corte científico, nos permiten observar con evidente pavor los organismos que conviven con nuestra fisiología merced al proceso vital de la respiración.


La naturaleza tardó millones de años en transformar la atmósfera primigenia en otra que permitiese la aparición de los seres vivos sobre el planeta. Dicen que entonces, viendo que aquello era bueno, Dios (al que le bastó tan solo un día) descansó hasta el momento de realizar su siguiente trabajo. Al hombre le bastaron apenas cien años para llevarla de nuevo a su original composición, demostrando a Dios que las cosas se pueden hacer en un espacio de tiempo considerablemente menor cuando existe voluntad para ello y se está dispuesto a dedicar el necesario esfuerzo.


Destruir para construir y nuevamente destruir parece ser una constante de la humanidad. Si la naturaleza nos obsequió con un magnífico escudo protector que permitiese defendernos de los peligrosos rayos ultravioletas, el hombre envía avanzadillas al espacio exterior disfrazadas de elementos fluorocarbonados, dióxido de carbono y multitud de partículas, en un ostentoso despliegue para demostrar qué es el progreso a quien poco le puede importar. Cuando esa misma naturaleza logra, en un esfuerzo increíble sólo mensurable por eones, mantener un equilibrio biológico capaz de hacer habitable el planeta, el hombre, puestas de nuevo las miras en la única deidad a la que rinde tributo, se dedica a experimentar con la emisión de elementos tóxicos al ambiente, ya sea atmósfera, hidrosfera o litosfera, con las consecuencias apocalípticas que algún día nos pasarán factura, si es que ya no nos la están pasando: lluvias ácidas, efecto invernadero, disminución de la capa de ozono, corrientes de “niños y niñas” devastando el planeta con sus juegos nada infantiles, contaminación irreversible de ríos y mares, calentamiento global del planeta, explosiones nucleares “controladas” de impredecibles consecuencias...


Verdaderamente si Dios fue capaz de descansar después de haber realizado lo que consideró su magna obra, por cierto “a su imagen y semejanza”, algo no funciona correctamente en las esferas celestiales. Tiene uno la impresión de que se está cerrando un ciclo a la vez que se sientan las bases para un incierto e inquietante futuro, por poner una gota de optimismo al asunto. Mientras tanto, los legisladores muestran su sensibilidad en “cumbres” y comilonas negando la evidencia u ofreciendo soluciones de una estupidez que aterra; como no saben qué hacer por no permitirlo los poderes fácticos, se dedican a la caza y captura del ecologista por su tozudez en la lucha contra un sistema que ya ha dado muestras suficientes de incapacidad y, cuando se lo permite su tiempo libre, promueven campañas tendentes a eliminar durante un día al año la circulación rodada, convenciendo al personal de la bondad del plan mediante el disuasorio y eficaz método de la multa.


La culpa de todos los males modernos parece estar en el crudo, cuestión más que suficiente para preparar un par de guerritas a fin de demostrar qué puede ocurrir si los díscolos no cumplen los dictados del “tío Sam” y de sus sobrinitos, pero entretanto no hay más solución que incrementar los precios de los combustibles; reducir su consumo mermaría la recaudación vía impuestos y ya se sabe que hay que mantener el estado del bienestar. ¿Energías alternativas? ¡Pero hombre, no diga Vd tonterías! ¡Petróleo, petróleo y petróleo! Hasta que acabemos con él o lo haga él con nosotros (o con vosotros, pues para entonces, con un poco de suerte, algunos ya no estaremos). No es para estar optimistas, pero dado que su contrario está muy mal visto en nuestra sociedad, habrá que convenir en la esperanza de un futuro alentador, ¿acaso no lo dicen los índices macroeconómicos de los que casi todo el mundo habla sin entender una palabra? España va bien, Europa también y el mundo, esa horrible aldea global, nos abrirá las puertas - ¿o mejor decir cerrar? – para alcanzar ese mundo feliz, copia fiel de aquel otro perdido para siempre basado en la felicidad del que no piensa por tener todo a su alcance. Una felicidad a la que sólo falta el R.I.P.


Alguien preguntará: bueno ¿y qué? ¿retornamos a las cavernas?, pues si no estamos dispuestos a prescindir del actual ritmo de vida, ése es el peaje que hemos de abonar, ¿o no?. Nada que objetar, aunque pienso que no será necesario decidir al respecto, pues más pronto que tarde allí nos encontraremos todos, y muy probablemente de cuerpo presente. Sólo hay que tener un poco de paciencia.


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